Desesperado, apagó de nuevo la televisión y ella, que permanecía medio desnuda en el lecho, protestó:
—Me gustaba ese programa.
—A ti te interesan todas las imbecilidades.
—Podrías tratar de ser menos agresivo. Estamos metidos aquí en este hotel de cuarta, por culpa tuya y del famoso coronavirus. Yo te lo advertí. Esta cuarentena puede durar semanas, ¿Qué va a pasar con nuestras parejas?
—Espero para llamar… no se me ocurre qué decirle a mi mujer, que estoy encerrado en un hotel y no me dejan salir por la pandemia y además contigo… la catástrofe.
—Piensas solo en ti… ¿y qué va a pasar con mi marido? Es un troglodita, lo menos que pasa es que me rompe la cara, o me mata.
—Por ahora no saben dónde estamos.
Golpean fuerte en la puerta:
—Soy el agente Pérez de la policía, deben darme todos sus datos, los entregados en el hotel son falsos.
Se niegan al comienzo, pero tienen que acceder…
—Debo comunicar a sus familias…
—No lo haga por favor!!!
—Lo lamento… es el reglamento… De otra forma nos ponen a buscarlos.
Alberto mira a su secretaria con cariño. Es un diálogo mudo: están perdidos. Ella llora desconsolada.
—Con virus o no, él viene y … —solloza fuerte.
Los móviles comienzan una sinfonía del pánico… no responden. Han pasado unas horas. Golpean con fuerza la puerta… comienzan a empujarla y a intentar romperla…